En defensa de la Constitución.

Dadas las circunstancias que el llamado “momento político” , (término muy usado hoy en día para definir la época que nos ha tocado vivir), nos impone, el propósito al comienzo de este blog, al comienzo de esta entrada no puede ser otro que el reivindicar una defensa racional y cabal de la Constitución, ya no sólo como el texto legal que, evidentemente es, sino como el marco de convivencia en el que se erige, proclamando y garantizando valores superiores como la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, convertida en la mejor herramienta de coexistencia pacífica, creada tras muchos años de rencores, de dolor y con un gran esfuerzo y ejercicio de buena voluntad por parte de quienes la redactaron, prácticamente desde la nada, y que ahora, la mezquina realidad que algunos se empeñan en dibujar, parece haber olvidado.
Este empeño mío puede parecer innecesario, quizá redundante o incluso estéril, habida cuenta de que la Constitución, a fuerza de “estar ahí”, de manera omnipresente en el día a día de todos nosotros, de regular el trasfondo diario de nuestra existencia, ha terminado por ser una especie de sustrato jurídico sobre el todo el mundo habla y sobre el que pocos, verdaderamente, tienen cosas interesantes o fundamentadas que decir.

Más aún, la Constitución se ha convertido en el blanco de las iras de unos cuantos “incalificables” ciudadanos que, pese a haber vivido tiempos peores y beneficiarse, hoy en día de la convivencia bajo los designios constitucionales, dirigen hacia ella su desprecio, tan irreverente como indignante, tan infundado como indocumentado, olvidando la mayor de las evidencias que, de un mínimo conocimiento del texto constitucional puede extraerse, como es el hecho de que toda crítica, todo insulto, todo ataque contra ella dirigido, cuenta con el beneplácito de la propia Carta Magna, tan interesada en la salvaguarda de la dignidad que se olvida (a sabiendas) de la suya propia.

Gracias a la libertad de expresión, puede ser criticada, incluso difamada, gracias a la libertad de reunión y asociación pueden hacerse oír los balidos de rebaños y rebaños de mentes enajenadas, que claman, obtusas e interesadas, contra ella con los más diversos (y perversos) propósitos.

La Constitución contempla, desde su posición en la jerarquía normativa, todas estas cuestiones, todos estos hechos, todas estas palabras sin suficiencia y sin otra acción que el asentimiento comedido y moderado, sabedora de que su fuerza y poder no reside, desde luego, en la contraposición de ideas, en la defensa a ultranza de sí misma, sino en el acertado entendimiento, la acertada interpretación de todo cuanto en ella se dice, aún a sabiendas de que, en ocasiones, no pueda contar ni con el auxilio de su máximo intérprete, perdido, inexplicablemente en otras cuestiones que podremos, si el tiempo y las ganas nos lo permiten, tratar más adelante.

Olvidan, quienes contra ella claman, el privilegio que resulta vivir bajo su tutela, garante de derechos y libertades, sabedores quizá, que estos derechos y libertades que tan profusamente usan y reclaman para sí (en no pocas ocasiones hasta la extralimitación), son, en manos del resto de ciudadanos, su peor enemigo, porque ya se sabe que la libertad y el conocimiento son a juicio de las mentes totalitarias, unas herramientas harto peligrosas en manos ajenas y que hay que erradicar a toda costa.


El peligro para todos nosotros, es caer dormidos en la intrahistoria diaria de nuestras vidas, prestando oídos a quienes no dudan en engañarnos, pretendiendo que “comulguemos con las ruedas de molinos”, de “sus” molinos empeñados, como están en disfrazar y ocultar verdades absolutas a base de mentir y crear verdades y realidades paralelas que, tanto en castellano antiguo como actual tienen otra definición.

Mentiras.