Hemos rebasado ya en estos días el año y medio de vida de la Ley Orgánica 3/2007 de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, conocida simplemente como Ley de Igualdad.
Al respecto, unas pocas reflexiones a lo que a lo largo de este año y medio se ha venido hablando de ella, comenzando, como creo no puede ser de otra forma, por remarcar la nota favorable y de calidad que para nuestro Ordenamiento Jurídico supone contar con una Norma de estas características.
Ello supone contar en nuestro Cuerpo Legal con una Ley que desarrolla y positiviza la tan traída y llevada “igualdad formal” que propugna el artículo 9.2 de la Constitución, que aborda el enfoque, digamos práctico, de la “igualdad material” del artículo 14.
Puede llegar a pensarse que con estos dos artículos, sobretodo atendiendo a la contundencia del artículo 14 mencionado “todos son iguales ante la ley…” y con las matizaciones del 9.2 bastaba, pero no.
Faltaba, como es natural, una Ley que desarrollara los conceptos antes citados, principalmente el de igualdad formal, de manera efectiva, que facultase a las mujeres, sector de la sociedad menos favorecido en este ámbito, para manejarse en todos los aspectos de sus vidas con una igualdad plena y necesaria.
Una igualdad que desterrase, para siempre el viejo concepto de “sexo débil”, entendido como “inferior”, y situase a las mujeres en el mismo plano que los hombres.
Y es que, con la plena incorporación de la mujer al mundo laboral, fruto, entre otros hechos, de la revolución industrial y transcurridos ya dos siglos completos y lo que llevamos de éste, era ya necesaria, sino acuciante una legislación en éste sentido.
Porque era ineludible regular jornadas laborales conciliables con aspectos tales como la maternidad, que, por el número de mujeres presentes en el censo de población española (50,5% de la población son mujeres frente a un 49,9% de hombres según el Instituto Nacional de Estadística) y hacerlo también extensible a los hombres (por aquello de que son padres…) y porque el embarazo y parto ha dejado de ser un hecho aislado para ser una realidad diaria de la vida laboral española debido precisamente a este incremento de mujeres trabajadoras.
Porque era (y sigue siendo) diferente (en sentido negativo, o sea, a menos…) el trato dado a mujeres y hombres en cuanto a sus remuneraciones frente a los mismos puestos de trabajo.
Y por tantas y tantas cosas en las que detenerme pormenorizadamente sería alargar de manera innecesaria esta reflexión.
No obstante, esta Ley, quizá más que algunas otras (entiéndaseme lo que voy a decir) necesita un cambio sociológico en la mentalidad colectiva de nuestra ciudadanía, ya que, por mucho que se legisle al respecto, si en su base, ergo, la familia, la mujer continúa desempeñando el papel que hasta ahora tenía asignado, poco se puede hacer.
Y ello pasa inevitablemente por el cambio de manera activa y decidida de mentalidad de los hombres, por dejar de “ayudar” en las labores de la casa para, de manera decidida, “colaborar” juntos en llevarlas a cabo, bajo el convencimiento de que, la comida también se la comen ellos, en la cama, también duermen ellos, la limpieza y orden del hogar, también la disfrutan ellos y así en un interminable etcétera.
En definitiva, hay que aplaudir la Norma, pero hay que seguir trabajando día a día en el contenido teleológico que encierra.
Al respecto, unas pocas reflexiones a lo que a lo largo de este año y medio se ha venido hablando de ella, comenzando, como creo no puede ser de otra forma, por remarcar la nota favorable y de calidad que para nuestro Ordenamiento Jurídico supone contar con una Norma de estas características.
Ello supone contar en nuestro Cuerpo Legal con una Ley que desarrolla y positiviza la tan traída y llevada “igualdad formal” que propugna el artículo 9.2 de la Constitución, que aborda el enfoque, digamos práctico, de la “igualdad material” del artículo 14.
Puede llegar a pensarse que con estos dos artículos, sobretodo atendiendo a la contundencia del artículo 14 mencionado “todos son iguales ante la ley…” y con las matizaciones del 9.2 bastaba, pero no.
Faltaba, como es natural, una Ley que desarrollara los conceptos antes citados, principalmente el de igualdad formal, de manera efectiva, que facultase a las mujeres, sector de la sociedad menos favorecido en este ámbito, para manejarse en todos los aspectos de sus vidas con una igualdad plena y necesaria.
Una igualdad que desterrase, para siempre el viejo concepto de “sexo débil”, entendido como “inferior”, y situase a las mujeres en el mismo plano que los hombres.
Y es que, con la plena incorporación de la mujer al mundo laboral, fruto, entre otros hechos, de la revolución industrial y transcurridos ya dos siglos completos y lo que llevamos de éste, era ya necesaria, sino acuciante una legislación en éste sentido.
Porque era ineludible regular jornadas laborales conciliables con aspectos tales como la maternidad, que, por el número de mujeres presentes en el censo de población española (50,5% de la población son mujeres frente a un 49,9% de hombres según el Instituto Nacional de Estadística) y hacerlo también extensible a los hombres (por aquello de que son padres…) y porque el embarazo y parto ha dejado de ser un hecho aislado para ser una realidad diaria de la vida laboral española debido precisamente a este incremento de mujeres trabajadoras.
Porque era (y sigue siendo) diferente (en sentido negativo, o sea, a menos…) el trato dado a mujeres y hombres en cuanto a sus remuneraciones frente a los mismos puestos de trabajo.
Y por tantas y tantas cosas en las que detenerme pormenorizadamente sería alargar de manera innecesaria esta reflexión.
No obstante, esta Ley, quizá más que algunas otras (entiéndaseme lo que voy a decir) necesita un cambio sociológico en la mentalidad colectiva de nuestra ciudadanía, ya que, por mucho que se legisle al respecto, si en su base, ergo, la familia, la mujer continúa desempeñando el papel que hasta ahora tenía asignado, poco se puede hacer.
Y ello pasa inevitablemente por el cambio de manera activa y decidida de mentalidad de los hombres, por dejar de “ayudar” en las labores de la casa para, de manera decidida, “colaborar” juntos en llevarlas a cabo, bajo el convencimiento de que, la comida también se la comen ellos, en la cama, también duermen ellos, la limpieza y orden del hogar, también la disfrutan ellos y así en un interminable etcétera.
En definitiva, hay que aplaudir la Norma, pero hay que seguir trabajando día a día en el contenido teleológico que encierra.
6 comentarios:
... no hay palabras...
"Necesita un cambio sociológico en la mentalidad colectiva de nuestra ciudadanía". Reafirmo esta frase.
También, tendría que haber una forma de controlar la publicidad, sexista. La publicidad se excusa diciendo que es un reflejo de la realidad, pero la gente también se refleja en la publicidad.
La diferencia no está entre hombres y mujeres, sino entre animales y personas.
Un saludo,
Bueno, me parece estupendo que se haya hecho una Ley de Igualdad, pero por otro lado, debería avergonzarnos a tod@s que tenga que hacerse dicha ley. pues a mi modesto entender creo que tendríamos que haber superado hace tiempo el que existan desigualdades por razones de sexo, no se si me explico pero creo que está claro.........
Se dice que lo mejor, muchas veces, puede llegar a ser enemigo de lo bueno. También es notorio y manifiesto que la realidad, como tal, dista mucho de ese mundo ideal, de la utopía perseguible y predicable. Una cosa es lo que debiera ser, ontología lo llaman los más estirados, y otra la cruda realidad, discriminación soterrada, mantenida y practicada...
La vocación de la ley es paliar esta realidad indeseada y perfectible; la ley nace con vocación de morir por inútil, por haber dejado de tener razón de ser. El que los "padres de la patria" y administradores de lo nuestro lo perciban, eso sí y aquí hay que entonar el mea culpa, es labor de todos.
Nada se improvisa, nada sucede porque sí. Esta ley que intelectualmente repugna en esencia, esta criatura que jamás debió nacer, es hoy por hoy una apuesta, equivocada tal vez en su alcance, asimétrica por necesidad
y tal vez demasiado ostentosa de cara a la galería y de no mucho alcance en la realidad civil y cotidiana de los hogares, los tajos, las mentes... pero es una apuesta, un posicionamiento y un refugio; algo que para muchas mujeres es el único amparo y el único medio de que se les reconozca su cualidad de personas, de darles cancha y abrir el juego.
Confieso que no, que no me gusta la ley ni los motivos que la hacen nacer... pero precisamente por ello, estoy convencido que la mejor manera de que desaparezca es vaciarla de sentido.
Comportémonos como iguales, hagámosla perfectaemtne inútil... y quí, para todo el que me lea, no vale cargar el mochuelo al legislador, decir que esto es artificial y desproporcionado. Homo sum, nihil humani a me alienum puto...Hombre soy, nada de lo humano puede serme indiferente.
De esto se trata, es cosa de todos.
Se dice que lo mejor, muchas veces, puede llegar a ser enemigo de lo bueno. También es notorio y manifiesto que la realidad, como tal, dista mucho de ese mundo ideal, de la utopía perseguible y predicable. Una cosa es lo que debiera ser, deontología lo llaman los más estirados, y otra la cruda realidad, discriminación soterrada, mantenida y practicada...
La vocación de la ley es paliar esta realidad indeseada y perfectible; la ley nace con vocación de morir por inútil, por haber dejado de tener razón de ser. El que los "padres de la patria" y administradores de lo nuestro lo perciban, eso sí y aquí hay que entonar el mea culpa, es labor de todos.
Nada se improvisa, nada sucede porque sí. Esta ley que intelectualmente repugna en esencia, esta criatura que jamás debió nacer, es hoy por hoy una apuesta, equivocada tal vez en su alcance, asimétrica por necesidad
y tal vez demasiado ostentosa de cara a la galería y de no mucho alcance en la realidad civil y cotidiana de los hogares, los tajos, las mentes... pero es una apuesta, un posicionamiento y un refugio; algo que para muchas mujeres es el único amparo y el único medio de que se les reconozca su cualidad de personas, de darles cancha y abrir el juego.
Confieso que no, que no me gusta la ley ni los motivos que la hacen nacer... pero precisamente por ello, estoy convencido que la mejor manera de que desaparezca es vaciarla de sentido.
Comportémonos como iguales, hagámosla perfectaemtne inútil... y aquí, para todo el que me lea, no vale cargar el mochuelo al legislador, decir que esto es artificial y desproporcionado. "Homo sum, nihil humani a me alienum puto"...Hombre soy, nada de lo humano puede serme indiferente.
De esto se trata, es cosa de todos.
8 de noviembre de 2008 12:29
Relativo a lo comentado por Cath:
"También, tendría que haber una forma de controlar la publicidad, sexista."
Podriamos hablar largo y tendido incluso en pie...
No coment.un saludo.-
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